viernes, 24 de mayo de 2013

EL PERDÓN, FRUTO DEL AMOR


(FAMILIA GUTIÉRREZ MUÑETÓN)

 En nuestro caminar juntos en la vida matrimonial, hemos aprendido que el perdón alimenta el amor y que también es una decisión, sólo cuando en intimidad con Dios invocamos su ayuda y la iluminación de su Espíritu Santo, podemos lograr ese perdón desde el fondo del alma; acción que nos permitirá recordar aquella situación que nos causó daño sin dolor y además transformarla en una oportunidad para amar más.

Suena extraño pero así lo hemos vivido, decidimos que nuestro amor es más importante que todo aquello que pueda dañar nuestra relación de pareja, entonces cada vez que nos equivocamos y herimos de una u otra forma somos rápidos en perdonar y aprendemos a amarnos en la diferencia y en las debilidades, entendimos y sentimos que en verdad nuestra unión goza de la gracia y del amor de Dios.

Gracias y beneficios que obtenemos juntos, como se cita en las Sagradas Escrituras: “y los dos serán una sola carne; por consiguiente, ya no son dos, sino uno” Mc 10, 8.                                             

Estamos unidos y permanecemos unidos respetando la alianza del matrimonio, acto al cual acudimos voluntariamente y de manera consciente pero sin profundizar la grandeza de las promesas que hacemos ante ese altar; allí recibimos a la otra persona para hacernos responsables de ella, a pesar de las dificultades o mejor, sobre todo en las dificultades.

Hay una frase que nos gusta mucho y que compartimos con frecuencia, “ámame cuando yo no te ame, es cuando más lo necesito”,  y es en el día a día donde tenemos la oportunidad de aplicarla, perdonando esas pequeñas ofensas que voluntaria e involuntariamente hacemos: La falta de tiempo, detalles, consideración, apoyo, respeto, confianza; hasta las faltas más graves: adicciones, infidelidades, abandono, mentiras, entre otras, no hay nada que el amor no pueda perdonar… Ese amor desinteresado, que se dona, ese amor es el que perdona y puede superar hasta las más grandes dificultades, lo que pasa es que nos dejamos llevar por el orgullo, por consentir nuestro dolor y hacernos víctimas.

Para perdonar se necesitan dos, quien ofrece el perdón y quien está dispuesto a darlo, no es fácil vencer el orgullo y tratar de solucionar los problemas sin buscar culpables, porque no interesa quien causa las dificultades, es quien toma la iniciativa para buscar la solución, para sanar eso que daña los dos corazones y cortar de raíz el problema para que nunca más vuelva a aparecer en el hogar, estar abiertos a escuchar, a decir las cosas desde los sentimientos, poder expresar lo que sentimos en el momento en que hay heridas y tristezas para buscar sanar, renunciar a esas actitudes soberbias y prepotentes que nos llevan a justificar nuestras acciones, no hay nada que excuse el daño que causamos, sólo nuestra voluntad de mantener el amor sanará estas heridas.

Las actitudes que tomemos después de cualquier discusión, dificultad o crisis nos darán la fortaleza que necesitamos para empezar de nuevo. Cada vez, cada momento, cada instante de la vida es una oportunidad para perdonar, para amar, nuestra pareja debe ser prioridad y por esto hay que evitar herirnos, actuar de manera preventiva, ser sinceros, tener cada día un detalle, considerar al otro, valorarlo, interesarse por sus cosas, ser esa ayuda oportuna que deseamos y necesitamos, rodearse de perdón y de amor.

Pero nace una pregunta. ¿Si lo(a) perdono, volverá a herirme? Es un gran interrogante que muchas veces es el causante de que no perdonemos, sino por el contrario guardemos y guardemos rencores en nuestro corazón siendo nosotros los más perjudicados, pues ese odio nos impide actuar con amor, con sinceridad e interrumpe el avance en nuestra relación y el crecimiento que día a día debemos tener.

Por este motivo hay que dar el perdón con la plena convicción de que nuestro amor es suficiente y que hemos cimentado muy bien nuestro matrimonio como para no volver a caer en los mismos errores que dañan nuestra vida marital y desdibujan el sacramento que Dios bendijo un día.

 Como dijo Jesús a Pedro y hoy a nosotros: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” Mt 18, 22. Siempre en nuestro corazón debe haber la disposición de perdonar, así seremos más semejantes a Jesús, que en la cruz pudo perdonar a los que lo crucificaron. ¿No es esta prueba del verdadero amor?.

 Recordemos lo que siempre decimos en la oración del Padre Nuestro: “Perdónanos, como perdonamos a los que nos ofenden”,  es nuestra tarea diaria, hacer que estas palabras sean vividas en nuestro corazón.

Si tus manos vienen cargadas con el pasado, ¿Con qué manos vas a recibir el presente?

Señor, el pasado a tu misericordia. El futuro a tu providencia. El presente a tu amor. Tú sabes Señor que lo único que tengo es el día de hoy para amarte y por Ti a quienes me has dado.

 

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