(FAMILIA GUTIÉRREZ
MUÑETÓN)
Suena extraño pero así lo
hemos vivido, decidimos que nuestro amor es más importante que todo aquello que
pueda dañar nuestra relación de pareja, entonces cada vez que nos equivocamos y
herimos de una u otra forma somos rápidos en perdonar y aprendemos a amarnos en
la diferencia y en las debilidades, entendimos y sentimos que en verdad nuestra
unión goza de la gracia y del amor de Dios.
Gracias y beneficios que
obtenemos juntos, como se cita en las Sagradas Escrituras: “y los dos serán una sola carne; por consiguiente, ya no son dos,
sino uno” Mc 10, 8.
Estamos
unidos y permanecemos unidos respetando la alianza del matrimonio, acto al cual
acudimos voluntariamente y de manera consciente pero sin profundizar la
grandeza de las promesas que hacemos ante ese altar; allí recibimos a la otra
persona para hacernos responsables de ella, a pesar de las dificultades o
mejor, sobre todo en las dificultades.
Hay
una frase que nos gusta mucho y que compartimos con frecuencia, “ámame cuando
yo no te ame, es cuando más lo necesito”,
y es en el día a día donde tenemos la oportunidad de aplicarla,
perdonando esas pequeñas ofensas que voluntaria e involuntariamente hacemos: La
falta de tiempo, detalles, consideración, apoyo, respeto, confianza; hasta las
faltas más graves: adicciones, infidelidades, abandono, mentiras, entre otras,
no hay nada que el amor no pueda perdonar… Ese amor desinteresado, que se dona,
ese amor es el que perdona y puede superar hasta las más grandes dificultades,
lo que pasa es que nos dejamos llevar por el orgullo, por consentir nuestro
dolor y hacernos víctimas.
Para
perdonar se necesitan dos, quien ofrece el perdón y quien está dispuesto a
darlo, no es fácil vencer el orgullo y tratar de solucionar los problemas sin
buscar culpables, porque no interesa quien causa las dificultades, es quien
toma la iniciativa para buscar la solución, para sanar eso que daña los dos
corazones y cortar de raíz el problema para que nunca más vuelva a aparecer en
el hogar, estar abiertos a escuchar, a decir las cosas desde los sentimientos,
poder expresar lo que sentimos en el momento en que hay heridas y tristezas para
buscar sanar, renunciar a esas actitudes soberbias y prepotentes que nos llevan
a justificar nuestras acciones, no hay nada que excuse el daño que causamos, sólo
nuestra voluntad de mantener el amor sanará estas heridas.
Las
actitudes que tomemos después de cualquier discusión, dificultad o crisis nos
darán la fortaleza que necesitamos para empezar de nuevo. Cada vez, cada
momento, cada instante de la vida es una oportunidad para perdonar, para amar,
nuestra pareja debe ser prioridad y por esto hay que evitar herirnos, actuar de
manera preventiva, ser sinceros, tener cada día un detalle, considerar al otro,
valorarlo, interesarse por sus cosas, ser esa ayuda oportuna que deseamos y
necesitamos, rodearse de perdón y de amor.
Pero nace una
pregunta. ¿Si lo(a) perdono, volverá a herirme? Es un gran interrogante que
muchas veces es el causante de que no perdonemos, sino por el contrario
guardemos y guardemos rencores en nuestro corazón siendo nosotros los más
perjudicados, pues ese odio nos impide actuar con amor, con sinceridad e
interrumpe el avance en nuestra relación y el crecimiento que día a día debemos
tener.
Por este motivo hay
que dar el perdón con la plena convicción de que nuestro amor es suficiente y
que hemos cimentado muy bien nuestro matrimonio como para no volver a caer en
los mismos errores que dañan nuestra vida marital y desdibujan el sacramento
que Dios bendijo un día.
Si
tus manos vienen cargadas con el pasado, ¿Con qué manos vas a recibir el
presente?
Señor, el pasado a tu misericordia. El futuro a tu
providencia. El presente a tu amor. Tú sabes Señor que lo único que tengo es el
día de hoy para amarte y por Ti a quienes me has dado.
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